Antonio Moreno Ruiz.-
Comoquiera que el
Perú, esto es, la Flor y Nata de las Indias, tiene una intervención tan
importante como directa en la historia hispana, no podía ser ajeno, pues, al
movimiento político más antiguo de España: El carlismo. Desde primera hora hubo
hispanoamericanos en sus filas (no en vano el mismísimo Carlos V de España se
dirigía a sus “vasallos de entrambos hemisferios”). Román Oyarzun, en su Historia
del Carlismo cita en la Primera Guerra (1833-1839/40) al chileno
Novoa y en la Tercera (1872-1876) al mexicano Herranz, el cual combatió codo
con codo con el entonces infante D. Alfonso, que poco antes había luchado con
los Zuavos Pontificios.
En la mismísima Guerra Civil Española (1936-39)
también veremos a carlistas argentinos, amén de destacados personajes como el
capitán Bustindui, que conjugaba en su sangre lo vascongado y lo mexicano.
En la Argentina y el Uruguay radicó un
importante exilio carlista, y de hecho en la Argentina el carlismo como
“colectividad política” ha tenido continuidad hasta nuestros días.
También es reseñable la presencia de carlistas
combatiendo en Cuba y Filipinas en los últimos años del siglo XIX; así como ya
bien desarrollado el siglo XX hubo interesantes contactos intelectuales para
con el Brasil.
Con todo, el Perú tiene una presencia importante
desde la Primera Guerra: Blas de Ostolaza, eclesiástico de robusto maderamen
intelectual, defensor acérrimo de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia,
preceptor de la familia real española, protagonista en episodios decisivos de la
historia de la Hispanidad como apasionado de la fidelidad realista desde que
las tropas napoleónicas invadieron el suelo ibérico. Su tenaz amor por la
legitimidad le costó primero la persecución y luego la propia vida, siendo
fusilado por los revolucionarios liberales.
En la misma época nos encontramos con Leandro
Castilla y Marquesado (nada más y nada menos que hermano de Ramón Castilla, a
la sazón, futuro presidente de la república peruana, aunque fue soldado
realista en su día). Caballero legitimista de Tarapacá, de los Andes al
Maestrazgo sostuvo una lucha encarnizada por el trilema Dios, Patria y Rey. A
las órdenes del bravo general Cabrera, fue el último gobernador de Morella,
mítico reducto carlista que mantuvo la resistencia hasta después de la traición
del general Maroto, que tras el Convenio de Vergara (aliñado de anteriores
conspiraciones derrotistas) entregó la flor de los voluntarios vascos y
castellanos en una falsa paz. Maroto había pertenecido al ejército realista en
América y había peleado en la batalla de Ayacucho, donde la reputación y
honorabilidad de ciertos militares peninsulares que supuestamente defendían
esta causa quedó en entredicho, y de hecho, “ayacuchos” fue el nombre para
denominar a determinada camarilla que tanto dolor infringió a la política
española. Maroto, buen conocedor de la América del Sur y con esposa chilena,
acabó exiliado en el continente… En 1846 pidió permiso al presidente Ramón
Castilla para visitar amigos en Lima… El mariscal, que se encontraba veraneando
en Chorrillos, se lo denegó por traidor, de lo cual se hizo eco Ricardo Palma,
heraldo de las tradiciones peruanas.
Y prosigue el papel protagónico peruano: En la
Tercera Guerra tenemos a Manuel María Fernández de Prada, III marqués de las
Torres de Orán. Nacido en Granada, de carrera militar ameritada, al ser
proclamada la I República Española en 1873 solicita la licencia absoluta y en
1874 se incorpora a las tropas de Carlos VII con el grado de coronel.
Hablando de Carlos VII de España hemos de hacer
un inciso y subrayar cómo el monarca tuvo como preceptor al ilustre Monseñor
Teodoro del Valle, correligionario y coetáneo del insigne Bartolomé Herrera.
Asimismo, el rey, en su dilatado exilio, recorrió buena parte de las
Américas (La confederación con Hispanoamérica quedó como una de las premisas
máximas en su testamento político), estando en Lima en 1877; dato que nos
recuerda tanto en poesía como en prosa el peruano José Pancorvo QEPD (1), que
cuenta en su haber literario con un poemario titulado Boinas rojas a
Jerusalén.
Volviendo con Fernández de Prada, podemos decir
que el marqués acompañaría a posteriori al monarca tradicional a su exilio en
Francia y desde ahí partió al Perú en 1879. Tras un motín ocurrido en la
Hacienda Laran, en Ica, que pertenecía a su familia, se recuperó y ayudó en la
resistencia contra la invasión chilena durante la Guerra del Pacífico. Murió en
1893. Su hijo residió en España y se mantuvo fiel al tradicionalismo. Al
estallar la Guerra Civil se encontraba en Madrid con sus hijos menores y fueron
arrestados por su filiación carlista, siendo asesinados en agosto por los
milicianos del Frente Popular.
Así, pues, valgan estas líneas como tributo
histórico-sanguíneo a este concreto y valeroso papel de la peruanidad en una
trayectoria transoceánica, en el calor de una bandera que es la expresión de un
vibrante y sublime pasado en marcha.
(1)Sobre José
Antonio Pancorvo - http://laabeja.pe/opini%C3%B3n/de-ida-y-vuelta-antonio-moreno-ruiz/619-carta-p%C3%B3stuma-a-don-jos%C3%A9-antonio-pancorvo.html
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