martes, 3 de marzo de 2009
AGUSTINA SIMÓN, MARGARITA ARAGONESA Y MÁRTIR DE LA TRADICIÓN
Al iniciarse el Alzamiento, junto a su hermana, se ofreció voluntaria para repartir prendas y equipación a los primeros voluntarios de Zaragoza. También se encargó de alojar a los requetés navarros que iban llegando a la ciudad. Poco después se incorporó como enfermera en el Hospital del Salvador, destacando por su celo y entrega hacia los heridos que allí iban llegando.
Pero su aspiración era acompañar a los requetés hasta el mismo frente de batalla. Tras una visita al sector de Belchite, solicitó y obtuvo permiso para permanecer en el Seminario, la posición más avanzada y peligrosa, montando allí un hospital.
Cuando las fuerzas rojas atacaron la ciudad de Belchite, el comportamiento de Agustina fue heroico, permaneciendo siempre en el sitio de más peligro curando a los heridos y dando ánimos a los requetés del Tercio de Almogávares que defendían el Seminario: “¡¡Ánimo muchachos!! ¡¡Antes morir que dejar entrar a estos canallas!!”. Entre las posiciones resonaban las notas del Oriamendi que ella entonaba.
Al derrumbarse la parte alta del edificio y llegada la orden de evacuar el Seminario, ayudó a transportar a los heridos hasta Belchite. La situación era insostenible, los pocos defensores supervivientes que quedaban en la población hicieron una salida desesperada, consiguiendo algunos unirse al grueso de las fuerzas que intentaban romper el sitio. Agustina no quiso seguirles por no abandonar a sus heridos, y cuando llegó el momento crítico de no poder sostenerse, se lanzó a la brecha buscando una muerte honrosa.
Pero fue hecha prisionera junto al Páter y quince requetés del Tercio de Almogávares, fueron llevados a Híjar y allí paseados por el pueblo entre insultos y vejaciones de la turba. Cuando le tomaron declaración, ella se mantuvo firme en sus ideas, diciendo que era carlista de toda la vida y que había ido al frente porque allí estaban sus hermanos.
Invitada a tomar alimento, lo rechazó: “No quiero nada de vosotros, no quiero nada con los enemigos de mi Dios y de mi Patria”.
Su cautiverio no llegó a las veinticuatro horas. A las doce de la noche fueron sacados todos en una camioneta y llevados a unos cuatro kilómetros del pueblo, donde en un monte cercano fueron asesinados estos diecisiete carlistas.
En el momento del fusilamiento por brigadistas internacionales fue ella quien gritó ¡VIVA ESPAÑA Y VIVA CRISTO REY! Era el 4 de septiembre de 1937.
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