domingo, 6 de diciembre de 2009

LA GUERRA DE LOS CRUCIFIJOS 1932

En 1932 la leyes sectarias de la II República obligaron a la retirada de los crucifijos de las escuelas de España. ¿Nos suena de algo esto? Afortunadamente fueron muchos los que presentaron batalla frente a estas arbitrariedades que trataban de arrancar la fe y las tradiciones a la sociedad.
Algunos ejemplos de esa valiente resistencia fueron recogidos por Dª Dolores Baleztena en Memorias de una Margarita, y que gracias a su sobrino Javier Baleztena han podido llegar hasta nosotros.
Los textos que a continuación podemos leer son todo un testimonio de heroísmo y de "piadosa rebeldía" de un pueblo contra la tiranía de los poderosos. ¿Sabremos estar a la altura?
La guerra de los Crucifijos en la 2ª República en Navarra.
por Dolores Baleztena

En los pueblos, cuando los agentes de la autoridad se presentaban para quitar el Crucifijo de las escuelas, se amotinaban ante las puertas dando vivas a Cristo Rey, y así que volvían las espaldas, volvían aquellos a colocarlos con gran honor. Pero, desgraciadamente, con todo sigilo y con especial custodia, por orden superior, eran nuevamente retirados.

Los protagonistas de estos actos de piadosa rebeldía eran muchas veces traídos a la cárcel, Las de la Asociación de Pamplona iban retadoras a visitarlas en su cautiverio, donde se encontraban por demás de felices y satisfechas, viviendo unos días de vibrante entusiasmo y ferviente religiosidad.

Merece especial mención el episodio del que fueron protagonistas unas barranquesas. Ocho mujeres, dando vivas a Cristo Rey, interrumpieron un mitin socialista. Naturalmente, fueron detenidas y traídas a la cárcel de Pamplona. Entre ellas se hallaba una pronta a ser madre. El Gobernador, al verla, la quiso poner en libertad, contentándose con imponerle una multa de cinco duros, pero la intrépida mujer contestó:

- Eso sería vender a Cristo por unas pesetas. Lo que ha de venir, nacerá en la cárcel y honra será para él. Y si me pasa algo, usted será responsable.

Pero el Gobernador no quiso cargar con aquella responsabilidad, ante el temor del empleo que harían de ese arma las intrépidas amazonas, y en auto, en el momento crítico, la envió a su casa.

¡Qué fue el bautizo de aquella criatura venida al mundo así que la madre llegó a su casa!. En nombre de la Cruz perseguida y postergada la bautizamos con el nombre de María Cruz. El pueblo presentaba alegre aspecto: hombres y mujeres camino de la iglesia abrían la marcha a los sones de una acordeón. A la vuelta del bautizo, llevando ya a la nueva cristiana, prorrumpieron en vivas e improvisaron coplas expresivas al estilo de ésta:

Por decir un ¡Viva Cristo!
me metisteis en prisión.
Más vale preso con honra
que libre con deshonor.

Los socialistas del pueblo, con aquel jolgorio, tragaban quina y para desahogarse colgaron los balcones de su centro poniendo ellos la bandera de la república. En la prensa, al hacer la reseña de este bautizo, les dimos las gracias por la galantería con que se habían sumado al acto, engalanando los balcones al paso del nuevo cristiano. Esto les indignó terriblemente.

Entre los episodios relacionados con la retirada de los Crucifijos, tan numerosos que no es fácil relatarlos todos, anotaré estos dos como demostración del clima de audacia, fervor y rebeldía que por entonces se respiraba.


En Leiza


En Leiza, como en todas partes, fueron suprimidos, pero la Cruz volvió a la escuela de una manera, al parecer, misteriosa. Por la noche, al salir de la escuela nocturna, un mozo, muy amigo de dos chicos, dejaría abierta la ventana de la escalera a la cual, con cierta facilidad, se podía ascender, y una vez dentro de la escuela, retirarían el cuadro de la república, pintando en su lugar en la pared una gran Cruz negra.

Por ser dos días de fiesta seguidos, como antes he dicho, el maestro no tuvo por qué ir a la escuela y por lo tanto, nada supo sobre aquel asunto. Al entrar en ella, a una con los chicos, se vieron todos sorprendidos por aquella aparición. Las fantasías infantiles volaron muy por alto, y se decían:

- Aquella no estaba bien aquí, le quitaba el sitio al Cristo.

Y mientras los alumnos gozaban ante la bendita aparición, el maestro se debatía en dudas torturantes. A él, como buen cristiano, le encantaba lo sucedido, pero como maestro, le ponía en grave aprieto. Si lo silenciaba, peligraba su puesto, si lo denunciaba, sufría su conciencia. Lo comunicó por fin a la Guardia Civil y ésta dio parte a Pamplona.

Vino una comisión investigadora, pero tras largos interrogatorios, nada pudieron sacar ni probar.

Sobre la Cruz cayó una capa de cal, pero durante mucho tiempo resaltó sobre ella la forma de la Cruz. Toda la prensa de España dio cuenta de este episodio, y en un periódico de Madrid se dio así la noticia: “En el pueblo de Leiza (Navarra) aparece misteriosamente una gran Cruz en la pared de la escuela”.

En Pueyo


El otro episodio fue llevado a cabo por el veterano carlista de Pueyo, Francisco Echeverría, que más tarde llegó a adquirir gran popularidad.

En su pueblo, como en todos, se recibió la orden de quitar el Crucifijo de la escuela. Acordaron retirarlo con todo honor y para ello, el vecindario en masa, con las autoridades a la cabeza, llegaron a la escuela. El señor párroco, reverentemente, tomó la Cruz para llevarla procesionalmente a la Parroquia. Cuando el cortejo se encontraba cerca del templo, de una callejuela tortuosa, apareció un anciano vestido con su uniforme da la caballería carlista, desenvainando su grande y roñoso sable exclamó terrible:

¡Atrás!. Mientras viva un soldado de Carlos VII, el Cristo no saldrá de la escuela. Nadie pasa de aquí.

Ante aquella inesperada aparición, el cortejo quedó inmóvil, en suspenso. El señor párroco, bondadosamente, quiso razonarle, pero él contestó fiero, retador:

- ¡Que he dicho que no, y tú caerás el primero si te opones!. ¡El Cristo a su casa!.

El episodio podrá parecer una bella leyenda, pero fue una magnífica realidad.


¿Primera Javierada o pre-javierada?

Llegaron los días de la Novena de la Gracia en honor a San Francisco Javier. El histórico castillo, cuna del gran apóstol navarro, estaba cerrado por orden del Gobierno, y dispersados los jesuitas encargados de su custodia, se presentaba una ocasión magnífica para organizar una protesta, y como era de esperar, no se desperdició la coyuntura.

El éxito estaba descontado, pues en aquella época, a nada que se soplara sobre las brasas de la indignación, se levantaba la llama de la protesta. Cantidad de autos y autobuses recorrieron el camino de Pamplona y de los pueblos que se dirigían a Javier. Llegaron a reunirse ocho mil personas.

La iglesia estaba abierta, no así la capilla del Santo Cristo milagroso. Ante aquella puerta, sectariamente cerrada, se postraban los fieles y los sellos de papel puestos por orden gubernativa habían de ser frágil barrera para contener los arrestos, que por aquel entonces caldeaban los corazones navarros. A la vuelta el autobús del Colegio de las Ursulinas, fue tiroteado.

Todo esto acaecía en el invierno de 1932, y más de una amenaza llegó y también, advertencias como éstas:

- Estáis jugando con fuego y bien caro os costará.

Crucifijos en el pecho

Tenían razón: nos costó muy caro, y no fue el fuego de juguete. Mas todo esto, lejos de amedrentarnos, nos prestaba mayores arrestos. Y en uno de ellos, en la primera plana de “El Pensamiento Navarro”, con negrita y en recuadro, lanzamos esta nota:

-“Margarita. Al mandar a tu hijo a la escuela, si en ella falta el Crucifijo, coloca sobre su pecho el signo de la Redención”.

Ni qué decir tiene, que la idea fue acogida con entusiasmo retador y al día siguiente todos los niños ostentaban orgullosos pequeños crucifijos, así como también las mujeres.

El Mismo día por la tarde el gobernador, el temible Andrés, cuya participación en los sucesos de Zaragoza fue, algo más tarde, turbia y sangrienta, censuró la aparición de la nota en la prensa en adelante.

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