sábado, 6 de junio de 2015

EL INCOMPRENDIDO VALLE-INCLÁN

JUAN MANUEL DE PRADA

A nuestra época no le interesa que se conozca el pensamiento tradicional
AL comienzo de su notable biografía de Valle-Inclán, La espada y la palabra (Tusquets), Manuel Alberca señala que durante años se ha pretendido presentar al gran escritor como un filo-comunista adobado con un rebozo de catolicismo estético. Así lo caracterizaban, en efecto, los manuales escolares en mi época de bachiller; y, creyéndome tal patraña, empecé a leerlo, dándome cuenta pronto de que tal caracterización había sido muy sutilmente aliñada para convertir a Valle en un fantoche y escamotear su filiación, que es tradicional hasta las cachas, al menos hasta el advenimiento de la República, que a la vez que lo mata como escritor y lo desorienta humanamente lo convierte en un indecoroso pedigüeño de sinecuras oficiales.
Resulta, en verdad, trágico comprobar cómo Valle-Inclán fue incomprendido ya en vida; y cómo lo sigue siendo todavía hoy, pues a nuestra época no le interesa que se conozca el pensamiento tradicional, presentado absurdamente como de extrema derecha, o en el mejor de los casos como una antigualla ajena a las necesidades del pueblo, cuando lo cierto es –como Pío X dejó escrito– que «los verdaderos amigos del pueblo no son revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas». Valle no fue tan sólo un defensor de la Tradición por estética, sino que se comprometió muy vivamente en la defensa de sus postulados… Lo que ni siquiera entendieron sus contemporáneos, incapaces de aceptar que un innovador estilista no fuese en lo político un progresista o liberal; como si, para ser tradicional, fuese obligatorio perpetrar bodrios, al modo de cualquier escritor angloaburrido y sistémico. Más dolorosa aún debió de resultar a Valle la incomprensión que cosechó entre los propios sectores tradicionalistas, donde a menudo se le trató con desconfianza, pues no se entendía que en su obra tuviesen presencia la sensualidad y el pecado, o que se defendiesen posiciones aliadófilas.
Manuel Alberca desenmascara el intento de tergiversar la filiación política de Valle-Inclán. Sin embargo, el biógrafo incurre en ocasiones en el mismo error que señala, caracterizando el tradicionalismo con epítetos por completo incongruentes y anacrónicos, tales como «políticamente conservador» o de «extrema derecha» (cuando lo cierto es que el pensamiento tradicional repudia las ideologías surgidas de la Revolución). A ello contribuyen, sin duda, las boutades del escritor, tan extremosas como delirantes. Ocurre así, por ejemplo, cuando en una entrevista Valle sostiene que «España debe exterminar a las razas autóctonas americanas»; o bien que «hay que suprimir los periódicos, no autorizando más que la circulación del Boletín de la Diócesis» (¡sospecho que hoy Valle también habría reclamado el cierre de algunos boletines diocesanos, mucho más deletéreos que los periódicos!). Esto, como a todas luces se advierte, no son postulados tradicionales, sino tremendismos grotescos que Valle profería para escandalizar a las viejecitas de ambos sexos de su época (y a los eunucos políticamente correctos de épocas futuras). Tampoco acierta Manuel Alberca cuando caracteriza la defensa de la tradición como «posiciones que ignoran el presente para instalarse en el prestigio de un pasado legendario»; pues, como afirmaba Chesterton, la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas. Al evocar un tiempo antiguo con una escritura nueva, llameante de imágenes y proyectada sobre el porvenir, Valle nos está mostrando el auténtico sentido de la tradición.

Fuera de este lunar, La espada y la palabra nos ha parecido un libro lleno de iluminaciones sobre quien, con Unamuno, fue el mejor escritor español del siglo XX.

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