miércoles, 19 de octubre de 2011

EL CARLISMO VALENCIANO Y EL 18 DE JULIO


Por Luis Pérez Domingo

            Apenas un mes después de las elecciones de febrero de 1936, es decir, el día 24 de marzo, inspectores de policía se personaron en el Círculo Central de Valencia, sito en el número 7 de la calle Isabel la Católica y en el Círculo de la Juventud ubicado en la plaza del Poeta Badenas. Nada sorprendente, por otra parte. Sólo en 1931 el Círculo Central mereció la atención de las autoridades republicanas hasta en tres ocasiones. Revisaron —como otras veces— la documentación de carácter administrativo y buscaron armas. No las encontraron. «Y no es de extrañar […] No las poseemos, tanto porque carecemos de recursos para adquirirlas, cuanto […] porque tenemos la seguridad de que cuando las necesitemos no nos faltarán.»1 La primera parte del párrafo respondía a una realidad evidente y, dadas las circunstancias, poco tranquilizadora. El resto reflejaba una esperanza que, llegado el instante crítico, no cristalizó. De otra forma, tal vez no hubiera llegado a estallar la guerra. O, al menos, no se hubiera prolongado por tanto tiempo.

            La deriva antirreligiosa de la República, articulada en una nefasta legislación y alimentada por el sectarismo de una cohorte de dictadores que en sus respectivas taifas imponían su voluntad sin consideraciones, flanqueados y rebasados por los designios revolucionarios socialistas que jugaron sus bazas en un primer intento en octubre de 1934, aventuraban un futuro nada prometedor. El clima político se enrarecía incontenible y las consecuencias inmediatas de las elecciones aludidas, acreditaban a quienes desconfiaban de una hipotética rectificación del régimen. Todo parecía abonar la idea de que las izquierdas, elevando el diapasón de sus provocaciones, tendían a suscitar un enfrentamiento conclusivo.

            En el marco de la tónica general, el Reino de Valencia vivía duras jornadas, desgarrado por un permanente sobresalto. Desórdenes, huelgas, enfrentamientos callejeros, asalto a centros políticos y talleres de periódicos, incendios y destrucción de edificios religiosos, expulsión de sacerdotes, incautación arbitraria de templos, conventos y colegios religiosos, etcétera, tachonaban el curso de una revolución anunciada: «Debemos decirlo claramente: 1936 será un año revolucionario. Una vez triunfantes las izquierdas nada puede impedir que 1936 marque el comienzo de la revolución, que no tuvo efecto cuando el régimen monárquico cayó y sobrevino la República.»2 El 20 de febrero es asaltado y destruido el Círculo de Alicante. En la noche del 1 de mayo estalla una bomba en el Círculo de Alcira. También en mayo es encarcelado durante quince días Pedro Cotanda Aguilella, secretario del Círculo de Alcora, sólo en razón del cargo que desempeña. En Orihuela, un pequeño grupo de requetés es detenido; tras ser cacheados en la calle y comprobar que no portan armas, se les ataca ferozmente, resultando herido de gravedad José Abadía Cabrera. Para no alargar más la secuencia de violencias, termino con la que, en cierta forma, resume la atmósfera revolucionaria y sus estremecedoras consecuencias. El 5 de mayo, alertados por los rumores de que los izquierdistas pretenden incendiar el templo parroquial de Guadasuar, un grupo de católicos montan la guardia para intervenir si es necesario. Salvador Mahiques Montalvá, maestro, es uno de los carlistas presentes. Pasadas las doce de la noche sin que nada ocurriera, se retira a su domicilio, pero es interceptado y asesinado por tres empleados municipales y otros tres individuos.

            La revolución de octubre había disparado todas las alarmas al desvelar socialistas y comunistas su verdadero objetivo y la violencia de sus métodos. Sólo los ingenuos incurables o los imbéciles más recalcitrantes, siguieron pensando en la viabilidad de una República sobre cuyas cenizas los revolucionarios se proponían erigir la República Socialista, previo paso por la dictadura del proletariado. Bajo el peso de esta convicción, cobró nuevos bríos la organización del Requeté con una visión clara de sus acciones futuras, acelerando de forma definitiva su preparación ya entrado el año 1935. Durante este año José Luis Zamanillo, designado Delegado Nacional del Requeté en septiembre del año anterior, visitó Valencia y diversas comarcas del reino en diferentes ocasiones, comprobando los progresos que hacía la formación. Le acompañó siempre José María Torrent Ródenas, entonces secretario general del Requeté para pasar después a desempeñar la Delegación Regional. Torrent fue, con diferencia, quien más trabajó en la organización del Requeté, visitando numerosas poblaciones del reino, impartiendo instrucciones, animando a todos, estudiando los pasos a dar, disponiéndolo todo para alcanzar el éxito. No estuvo solo, por supuesto. En Castellón, José Gómez Aznar, capitán de Infantería, destacaba al frente del Requeté de la provincia, y en Alicante hacía lo propio Victoriano Ximénez de Couder. Los dos serían asesinados. En Valencia, el jefe militar del Requeté era el comandante Lorenzo Díaz-Prieto, que había dejado el Ejército a raíz de la ley Azaña.

            La campaña de organización y propaganda iniciada a mediados de enero de 1935, se reviste, a partir del verano, de la preferencia que reclama la estructuración del Requeté, y en las crónicas de sus viajes a los que hemos aludido, Torrent dibuja la urdimbre de una formación que crece día tras día. En sus escritos faltan, naturalmente, los detalles reservados, aun dejando constancia del entusiasmo de una juventud «ansiosa de escuchar la orden de luchar y morir por la salvación de la Patria», a la que califica, sin disimulo, de «buena, maravillosa madera para moldear perfectos soldados». Los requetés reciben instrucción militar en los Círculos y aprovechan las excursiones para completarla en orden abierto en parajes poco frecuentados. La carencia de armas es el principal problema, común en las tres provincias. Bastará citar un par de ejemplos para tener una idea de la situación. En Segorbe, los cincuenta y siete requetés alistados para participar en el primer envite sólo poseían tres pistolas. Una de ellas, del 6,35, es la que utilizaban para hacer prácticas de tiro. En Onteniente, «la mayor parte de los jóvenes disponíamos de armamento tan escaso, deficiente y pintoresco, que llamarlo armamento resultaba eufemismo: algunos pistolones de la guerra de Cuba, que en todo caso intimidaría al enemigo».3 Esta realidad imponía llegar a un acuerdo con los militares de la UME, con quienes ya se estaba en contacto, a fin de que  pudiera hacerse realidad la predicción que hemos conocido más arriba. Estas relaciones se mantenían regularmente, y buena prueba de ello es que Juan Vanaclocha Silvestre, jefe de Carlet, viajó en diversas ocasiones a Zaragoza por encargo del comandante Barba, trasladando documentos y dinero entre ambas guarniciones. En Castellón, a principios de 1936, la organización contaba con cinco Tercios, con unos tres mil setecientos requetés.4 No conocemos el número de estas unidades en Alicante y Valencia, aunque de acuerdo con el contingente ofrecido —ahora lo veremos— puede hablarse de unos seis o siete. Sólo conocemos la denominación de dos: Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados y Tercio de San José. Conviene recordar que Manuel Fal Conde confiaba en que el Reino de Valencia aportaría una fuerza de unos treinta mil combatientes.5

            Tan importante como la preparación militar era la preparación de los espíritus, cultivando la predisposición a la entrega personal. Esto obliga a convertir las grandes ideas en mensajes directos y sencillos, que llegan al corazón. Torrent lo entiende perfectamente cuando señala que «En la hora presente, llena de presagios, de titubeos y cobardías, vuelve a ser el Requeté el norte adonde se dirigen las miradas, llenas de angustia, de los buenos españoles. El Requeté actual […] es la suma de los hombres muy hombres —católicos y tradicionalistas, por supuesto—, con voluntad firme, clara y decidida, de dar la batalla a la revolución. Eso, en pocas palabras, es el Requeté.»6 Y un joven requeté, José Guasp, que sería asesinado en El Saler, junto a su padre, el 3 de octubre de 1936, alerta a la juventud carlista con singular vehemencia: «¡Nuestra hora está cerca! ¡Cada uno en el puesto que se le ha asignado, que es el del honor! ¡Cada cual a cumplir con su deber! ¡Que nadie vacile! ¡Que nadie deserte! ¡Fijos los ojos en Dios y el corazón en la Patria! ¡A luchar sin temor! ¡Por Dios, la Patria y el Rey, démoslo todo! ¡Juventudes! ¡Alerta! ¡Nuestra hora se acerca!»7

            Desde hacía tiempo el Ejército no ocultaba tampoco su preocupación por el curso de los acontecimientos. Fruto de esa inquietud fue la creación de la UME, de la que era principal impulsor el comandante Bartolomé Barba, trasladado a Valencia desde Canarias a finales de mayo de 1936. La Junta de la UME en Valencia la formaban José Cabellos Díaz, teniente coronel de Ingenieros, José Granados, teniente coronel de Caballería, Juan Cañada, comandante de Infantería, Ignacio Gomá, comandante de Artillería (sustituido luego por el teniente José Mestre), Enrique Tío, capitán de la Guardia Civil y Pascual Latorre, capitán de Ingenieros. Todos eran conscientes de que sin el apoyo y participación directa de las organizaciones civiles, el movimiento no prosperaría. De ahí que en el mes de julio se convocó una reunión en El Saler, a la que asistieron Mariano Puigdollers, jefe regional de la Comunión Tradicionalista, Ignacio Despujols, representando a Renovación Española y Manuel Attard a la DRV. En esta ocasión, la Comunión ofreció la incorporación inicial de cinco mil requetés de la provincia de Valencia.

            La organización del golpe no fue precisamente un modelo de discreción. Se hizo tanto ruido, que hubiera sido un milagro que pasaran desapercibidas sus expectativas. Y eso no fue todo. El general Goded, al que se invitó a encabezarlo en Valencia, rechazó la proposición porque le pareció de poco relieve para su categoría personal, prefiriendo ir a Barcelona. En su lugar viajó a Valencia el general Manuel González Carrasco, sin preparación, ni contactos previos, ni instrucciones. Llegó a la capital el 16 de julio, cuando ya habían detenido a dos dirigentes de la UME, y otros lo serían en días sucesivos, con lo que la acción quedaba abortada sin remedio. En Valencia «destacan todos los errores y debilidades de los planes militares mal estudiados, su infantilidad, su simplismo, la inexistencia de un estudio completo, la falta de previsión y la incompetencia de algunos mandos […]. Con total desconocimiento de la realidad fijan más la atención en la Derecha Regional Valenciana que en los requetés, y […] depositan toda su confianza en mandos indecisos, creyendo que la sola presencia de los uniformes en la calle los bastará para imponerse.»8 González Carrasco anduvo titubeante en manos de dirigentes de la DRV y no se decidió a intentar enderezar la tortuosa línea del golpe militar que, a decir verdad, parecía muerto antes de nacer. La suerte del alzamiento descansaba en el rumbo que emprendiera en Valencia. Si aquí fracasaba, arrastraría en su caída a las guarniciones de Castellón y Alicante, bastante más escasas, dado que éstas condicionaban sus acciones a las que llevara a cabo la guarnición de la capital valenciana. El fiasco inicial propició indefectiblemente la ruina de todo el plan, dejando a las organizaciones civiles inermes frente a los revolucionarios. Para que nada faltara en este descompuesto panorama, el día 18 el presidente de la DRV, Luis Lucia, remite un telegrama al ministro de la Gobernación, para por encima de todas diferencias políticas ponerse al lado de las autoridades republicanas. Su texto es tan incongruente, tan deprimente, que durante algún tiempo sus correligionarios lo consideraron apócrifo y obra de los dirigentes republicanos para sembrar la confusión en las filas de los alzados en armas.

            José María Torrent resolvió instalar su centro de mando en el Patronato de la Juventud Obrera, institución privada que tenía su sede en la calle Landerer, con la que los carlistas mantenían cordilísimas relaciones. Muy cerca estaba el Círculo de las Juventudes (ambos en el casco antiguo), en el que montaba la guardia José María Herrero, delegado regional, a fin de atender las demandas que llegaran y proporcionar las orientaciones adecuadas a cada caso. Los primeros requetés ingresaron en el Patronato la tarde del día 16, al mando de Antonio Paula Morandeira, que recibió orden de salir el 18, con su sección del Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados, para apoyar al piquete militar que debía proclamar el estado de guerra a las doce de la mañana. Hecho que, como es bien sabido, no se produjo, ya que el general Martínez Monje, nombrado después de las elecciones de febrero jefe de la 3ª División Orgánica, persistía en parapetarse al cobijo de una posición ambigua, hasta que se decantó por prestar sus servicios a la República. Ese mismo día 18 acudieron los requetés a los puntos que tenían asignados, mientras otros grupos, de unos veinte hombres cada uno, iniciaron servicios de vigilancia y custodia de templos y otros edificios de carácter religioso. En la provincia, al igual que en Castellón y Alicante, los requetés estaban llamados a concentrarse en los Círculos, aguardando las órdenes que se cursarían de acuerdo con el dasarrollo de los acontecimientos, y que comportaría como primer paso, la recepción de las armas necesarias. Simultáneamente, los requetés Juan Bautista Seguer Aliaga, Juan Pérez Martínez y Francisco Berenguer González asumían su misión de enlaces entre el Requeté y los mandos militares comprometidos. En Castellón «Al abarrotado Círculo Tradicionalista […] se presentan efectivos de la Guardia Civil con la orden de evacuar el edificio y proceder a su clausura.»9 La suerte está echada.
           
            El día 21, convencido Torrent del fracaso del alzamiento, ordena desalojar el Patronato y que se disuelvan todos los retenes y grupos, dejando en libertad a los requetés de ingresar o no en el Cuartel de Caballería, único reducto que ofrecía alguna garantía, al que desde el primer momento se habían incorporado ya algunas secciones. Al día siguiente es asesinado en Benaguacil Bautista Sanchis Ferrando, delegado comarcal de la Juventud y hombre de grandes cualidades, que gozaba de la plena confianza de los jóvenes carlistas. Sus asesinos arrojaron una bomba a través de la ventana de la alcoba donde dormía. Milagrosamente, su esposa y su hija, de apenas dos meses, resultaron ilesas. Era el principio de la avalancha revolucionaria que se llevaría por delante tantas vidas, en una persecución tenaz, inmisericorde y desenfrenada. En el Cuartel de Caballería la situación empeoraba a ojos vista. Una oficialidad enfrentada y discrepante, y una incomprensible falta de decisión de los conspiradores de la UME, sentenciaron el resultado. Los requetés vagaban por el recinto militar sin recibir órdenes y sin que les facilitaran armas. Viendo el negativo cariz de la situación, erosionada por un deterioro imparable, Torrent reunió a los requetés para participarles su diagnóstico, aconsejándoles que abandonaran el cuartel y trataran de salvar sus vidas, que a partir de ese momento corrían serio peligro. Él mismo, acompañado de Enrique y Rafael Ochando Agramunt, Jesús Esteve Ramírez, Arturo Fosar Benlloch, Gonzalo Casanova Gil, Juan Monrabal Mateu y el falangista de Cullera Santiago Santaúrsula, emprenden el camino en busca de la zona nacional el 31 de julio. El 2 de agosto los milicianos asaltan el Cuartel de Caballería, resultando apresados los requetés del Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados Manuel Ferrer Molina, de 20 años, Jaime Pascual Ibáñez, de 21, y José Doménech Muñoz, de 19, los tres de Masarrochos, que serían ejecutados el 12 de septiembre en Paterna, mientras besaban sus escapularios, tras un simulacro de juicio.

            Los carlistas, como los militantes de la derecha y los católicos sin adscripción política, quedan en manos de los frentepopulistas, que se afanan en exterminar a quienes obstaculizan sus proyectos. Más de un millar de carlistas son asesinados en la vorágine de una espiral de violencia de dimensiones inconcebibles.10 En torno a unos doscientos ocupaban puestos de responsabilidad en alguna de las organizaciones carlistas, o los habían desempeñado en esos años. Una sangría que se haría notar posteriormente, incrementada por los efectos multiplicadores al tratarse de un segmento joven por una parte, y cercenar, de otra, las expectativas de un relevo generacional, fundamental en el Carlismo, imposibilitado por la trágica ruptura de tantas familias. Destaco tan sólo, para no alargar excesivamente este trabajo, y a título meramente indicativo, los nombres de los jefes locales del Requeté asesinados: Ramón Blat Pascual, de Moncada, Manuel Corbató Vilanova, de Villarreal, Luis López López, de Novelda, Juan Bautista Pedra Borrás, de Cálig, Luis Rojas García, de Orihuela, y Joaquín Cotanda Aguilella, de Alcora. Merecen ser citados también Ricardo Cortina Campos, de Benicarló y Bernardo Fuertes Montañana, de Alcira, porque con 15 años fueron los más jóvenes requetés asesinados. Incontables carlistas son encarcelados, corriendo variada suerte. Algunos, como Antonio Paula Morandeira, permanecen en la cárcel durante toda la guerra, y sólo disfrutan de libertad con la llegada de la paz. El historial de Antonio Paula es particularmente llamativo. Peregrina por tres establecimientos carcelarios: Cárcel Modelo, Convento de Santa Clara y San Miguel de los Reyes, para acabar en un Batallón de Fortificaciones. No es factible incluir aquí la nómina de cuantos ofrendaron su vida por sus ideales. Séame permitido, al menos, relatar algunos casos que ilustren la persecución sufrida y el enorme tributo del Carlismo valenciano.

            Torrent y su grupo fueron descubiertos e interceptados en las proximidades de Gátova, y tiroteados. Sólo Rafael Ochando y Jesús Esteve consiguen burlar a sus perseguidores y proseguir su odisea. Enrique Ochando es alcanzado en un ojo, y más tarde le vacían el otro. Cuando se sintió morir comenzó a cantar el Oriamendi. Con el himno carlista en los labios murió decapitado de un hachazo. Gonzalo Casanova, que sufría una herida, fue atendido de la misma, y después asesinado. Los cuatro restantes fueron fusilados, dándoles tiempo a los requetés a cubrir sus cabezas con la boina roja que llevaban entre sus ropas. El deseo de traspasar las líneas para participar en la lucha estuvo en la mente de todos los requetés. Incluso de quien, como Vicente Febrer Roig, bien podía decirse que había cumplido su deber con creces. Nacido en Benicarló, se trasladó muy joven a Gandía, donde contrajo matrimonio. En 1936, con 30 años, era padre de cinco hijos. Lo detuvieron en julio, internándolo en las Escuelas Pías convertidas en prisión. Después lo trasladaron a San Miguel de los Reyes donde lo retuvieron en torno a un año. Al recobrar la libertad sólo pensaba en la forma de alcanzar la zona nacional. Desde Gandía era punto menos que imposible. Así que, pretextando una enfermedad de su madre, consiguió que le autorizaran a viajar a Benicarló, donde sus familiares lo escondieron en espera de la ocasión que deseaba. Fue el Ejército el que, al llegar al Mediterráneo por Vinaroz, resolvió el problema. Se presentó inmediatamente, ingresando en el Tercio de Santiago, culminando la campaña en sus filas.

            No todos lo tuvieron tan fácil. En realidad, el caso narrado constituye una feliz excepción. Y si no, veamos lo sucedido ante la atónita mirada de los requetés del Tercio de Navarra, que ocupan posiciones sobre el Guadiana, cuando se ve salir de las posiciones rojas a un hombre que, a la carrera, se mete en el río […] y se lanza ladera arriba hacia nosotros. Los rojos disparan contra él […] a poco más de cien metros de nosotros, cae, se levanta renqueante y sigue su marcha […] Viene herido de un tiro en el hombro y una fuerte contusión en la rodilla derecha […] llora y grita […] se quita la boina negra y, arrancándole el forro, saca de allí y orgulloso nos muestra la ordenanza del Requeté, en cuya primera página están su filiación y fotografía, que lo acreditan como perteneciente al Requeté de Valencia. […] cubierto con una boina roja que se quita a cada momento para mirarla y besarla, es evacuado al hospital. En la camilla en que le bajan hacia la ambulancia va cantando canciones carlistas en valenciano y en castellano.11 El protagonista de este emotivo episodio que el texto transcrito no revela, es Vicente Navarro Navarro, joven carlista de Benisanó, que, una vez sanado de sus heridas, se incorpora al Tercio, hasta el final de la contienda.

            Muchos fracasaron en su intento, pagándolo con la vida. Entre otros, José y Vicente Bosch Vela, de Alcalá de Xivert, Ernesto Añó Clerier y Antonio Villalba Rosell, de Guadasuar. Salvador Ferrer Donat, de Onteniente, uno de los jefes del Requeté, destinado a una unidad republicana en Cabeza de Buey, pese a estar vigilado estrechamente también quiso cruzar las líneas. Al percatarse de sus intenciones, los mandos de la unidad ordenaron su fusilamiento ante la fuerza armada, probablemente para que sirviera de escarmiento. Tenía 23 años. Joaquín Navarro Musoles, de Burriana, sí tuvo éxito. El 7 de septiembre de 1937, la 102ª Brigada Mixta, a la que pertenecía, se encontraba en el sector de Mediana (Zaragoza). Estando de centinela, logró pasarse. «Lo que le empujó más allá de la trinchera, a tierra de nadie, fue el recuerdo de sus dos hermanos, asesinados por los frentepopulistas.»12 En efecto, a su hermano José lo asesinaron el 31 de agosto de 1936, en Burriana. A Antonio lo mataron en Cabanes, el 14 de septiembre del mismo año. Y eso era lo que él podía esperar. Como le sucedió a Carlos Casaña Doménech, de Masarrochos, que cuando los mandos republicanos conocieron su militancia carlista fue acribillado a tiros en la misma trinchera, en la provincia de Teruel.

            Carlistas del Reino de Valencia combatieron en distintos Tercios. Al menos en los de Nuestra Señora del Pilar, Cristo Rey, Nuestra Señora de la Merced. Nuestra Señora de Begoña, Virgen de los Reyes, Lácar, Abárzuza, Santiago, Navarra, Nuestra Señora de Montserrat, San Miguel y El Alcázar. Sí, en el Tercio de El Alcázar también, aunque cuando se constata el origen de sus componentes se citan hasta veinte provincias, omitiendo las del Reino de Valencia.13 La aportación valenciana sería menor en razón de las circunstancias y de las dificultades, a menudo insuperables, para pasar de una a otra zona. Y también —y no es nada insignificante— porque el nefasto y mal llamado Decreto de Unificación se cruzó en el destino de muchos requetés, a los que se negó la oportunidad de combatir en unidades propias. Luis Ahuir Extenguin, que había presidido la AET de Valencia, fue uno de los fundadores del Tercio de El Alcázar, muriendo en combate con la graduación de sargento. Y José Climent Brisach, de Almazora, también murió en combate, dándose la circunstancia de que a su hermano Francisco, seminarista —y carlista—, lo asesinaron el 28 de agosto de 1936.

            Por eso, cuando se habla—y escribe— de los carlistas valencianos hay que hacerlo, cuanto menos, con el máximo respeto. Porque se cuentan entre los que más sufrieron, y, tal vez, entre los que menos reconocimientos han recibido. Ciertamente, la mayoría no tuvo la menor posibilidad de que sus nombres aparezcan asociados a las grandes y pequeñas hazañas bélicas. Tampoco pudieron optar a las condecoraciones que subrayan el valor y la entrega. No traicionemos su memoria consintiendo que sus sueños murieran con ellos en las tapias de los cementerios, en las cunetas de mil caminos anónimos, en las encrucijadas y descampados, en el tenebroso ámbito de las checas. En una palabra, que no mueran también en nuestro recuerdo y en el sano orgullo que debemos sentir por sabernos sus herederos.

            No puedo pasar por alto uno de los hechos más estremecedores que, en cierta forma, resume la historia del doliente pueblo carlista valenciano de estos años aterradores, donde es fácil hallar páginas de sublime heroismo. El 29 de septiembre de 1936 fueron asesinados en Sagunto, los nueve hermanos Mestre Iborra, de Rafelbuñol. Vicente, José María, Onofre, Domingo y Manuel eran labradores; Mercedes y Pilar se ocupaban de las tareas del hogar; Bautista era albañil y Santiago, religioso capuchino. Éste bendijo a sus hermanos en la hora suprema de la verdad. Pero no nos engañemos. Estas páginas no son la descripción de un cortejo de dolor, muerte y desolación. Aunque hubo dolor, muerte y desolación. Si nos detenemos aquí no habremos entendido nada. Porque, por encima de todo, son un canto de esperanza, de fe y de amor de los carlistas que anhelaban una España mejor, más justa, más enraizada en su historia y tradiciones, más fiel a Cristo. Los carlistas ofrendaron sus vidas confiados en la promesa del Señor: A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos.

                                                                                                          

1.  «Visita policiaca», El Tradicionalista, n. 658, 2.4.36, p.82
2.  El Socialista. Citado por Manuel Ramírez, España al desnudo (1031-2007), Encuentro, Madrid, 2008, p. 55
3.  Gonzalo Gironés Pla, Historia de un español. Un testigo de los mártires, edición de Gonzalo Gironés Guillem, Onteniente, 1997, p. 77
    4.  Cristóbal Castán Ferrer, «Una aproximación al Carlismo del Maestrazgo durante la II República (1931-1936)»,  Boletín del Centro de Estudios del Maestrazgo, n. 78, julio-dcbre. 2007, pp. 59-89
      5.   Jaime del Burgo, Conspiración y guerra civil, Alfaguara, Madrid, 1970, p. 597
   6.   José María Torrent Ródenas, «Efemérides, misión y esperanza del Requeté»,El Tradicionalista, n. 601, 28.2.35, p. 3
      7.   José Guasp Vilanova, «¡Juventudes! ¡Se acerca la hora!», El Tradicionalista, n. 608, 18.4.35, p. 3
      8.   Melchor Ferrer, Historia del Tradicionalismo Español, ECESA, Sevilla, t. XXX (I), p. 214
      9.   Cristóbal Castán, artículo citado.
    10.   En mi libro Mártires carlistas del Reino de Valencia 1936-1939 cifro en 971 los carlistas asesinados, y fuera del texto menciono a otros 10, asesinados en Cataluña. He seguido trabajando en este campo, y con la inapreciable colaboración de mi entrañable amigo Cristóbal Castán, he podido localizar a otros 27.
    11.   Emilio Herrera Alonso, Los mil días del Tercio Navarra, Editora Nacional, Madrid, 1974, p. 237 y s.
    12.   Pedro Corral Corral, Desertores, DeBolsillo, Barcelona, 2007, p. 250
    13.   Julio Aróstegui, Los combatientes carlistas en la Guerra Civil española 1936-1939, Aportes XIX, Madrid, 1991,  t. II, p. 286
                                               

1 comentario:

fnavf@movistar.es dijo...

Buenos días.
¿Qué tal está Ud?.
Deseo agradecer el excelente artículo de D. Luis Pérez Domingo: El Carlismo valenciano y el 18 de julio.

Gracias a él, he podido localizar a mi tío Arturo Fosar Benlloch.

Deseo que tengan todos felices fiestas y Año Nuevo. Que el Amor venga sobre todos.

Muy atentamente,
Federico Navarro Fosar