Por Luis Pérez Domingo
Apenas un mes después de las
elecciones de febrero de 1936, es decir, el día 24 de marzo, inspectores de
policía se personaron en el Círculo Central de Valencia, sito en el número 7 de
la calle Isabel la Católica y en el Círculo de la Juventud ubicado en la plaza
del Poeta Badenas. Nada sorprendente, por otra parte. Sólo en 1931 el Círculo
Central mereció la atención de las autoridades republicanas hasta en tres
ocasiones. Revisaron —como otras veces— la documentación de carácter
administrativo y buscaron armas. No las encontraron. «Y no es de extrañar […]
No las poseemos, tanto porque carecemos de recursos para adquirirlas, cuanto
[…] porque tenemos la seguridad de que cuando las necesitemos no nos faltarán.»1
La primera parte del párrafo respondía a una realidad evidente y, dadas las
circunstancias, poco tranquilizadora. El resto reflejaba una esperanza que,
llegado el instante crítico, no cristalizó. De otra forma, tal vez no hubiera
llegado a estallar la guerra. O, al menos, no se hubiera prolongado por tanto
tiempo.
La deriva antirreligiosa de la
República, articulada en una nefasta legislación y alimentada por el sectarismo
de una cohorte de dictadores que en sus respectivas taifas imponían su voluntad
sin consideraciones, flanqueados y rebasados por los designios revolucionarios
socialistas que jugaron sus bazas en un primer intento en octubre de 1934,
aventuraban un futuro nada prometedor. El clima político se enrarecía
incontenible y las consecuencias inmediatas de las elecciones aludidas,
acreditaban a quienes desconfiaban de una hipotética rectificación del régimen.
Todo parecía abonar la idea de que las izquierdas, elevando el diapasón de sus
provocaciones, tendían a suscitar un enfrentamiento conclusivo.
En el marco de la tónica general, el
Reino de Valencia vivía duras jornadas, desgarrado por un permanente
sobresalto. Desórdenes, huelgas, enfrentamientos callejeros, asalto a centros
políticos y talleres de periódicos, incendios y destrucción de edificios
religiosos, expulsión de sacerdotes, incautación arbitraria de templos,
conventos y colegios religiosos, etcétera, tachonaban el curso de una
revolución anunciada: «Debemos decirlo claramente: 1936 será un año
revolucionario. Una vez triunfantes las izquierdas nada puede impedir que 1936
marque el comienzo de la revolución, que no tuvo efecto cuando el régimen
monárquico cayó y sobrevino la República.»2 El 20 de febrero es
asaltado y destruido el Círculo de Alicante. En la noche del 1 de mayo estalla
una bomba en el Círculo de Alcira. También en mayo es encarcelado durante
quince días Pedro Cotanda Aguilella, secretario del Círculo de Alcora, sólo en
razón del cargo que desempeña. En Orihuela, un pequeño grupo de requetés es
detenido; tras ser cacheados en la calle y comprobar que no portan armas, se
les ataca ferozmente, resultando herido de gravedad José Abadía Cabrera. Para
no alargar más la secuencia de violencias, termino con la que, en cierta forma,
resume la atmósfera revolucionaria y sus estremecedoras consecuencias. El 5 de
mayo, alertados por los rumores de que los izquierdistas pretenden incendiar el
templo parroquial de Guadasuar, un grupo de católicos montan la guardia para
intervenir si es necesario. Salvador Mahiques Montalvá, maestro, es uno de los
carlistas presentes. Pasadas las doce de la noche sin que nada ocurriera, se
retira a su domicilio, pero es interceptado y asesinado por tres empleados
municipales y otros tres individuos.
La revolución de octubre había
disparado todas las alarmas al desvelar socialistas y comunistas su verdadero
objetivo y la violencia de sus métodos. Sólo los ingenuos incurables o los
imbéciles más recalcitrantes, siguieron pensando en la viabilidad de una
República sobre cuyas cenizas los revolucionarios se proponían erigir la
República Socialista, previo paso por la dictadura del proletariado. Bajo el
peso de esta convicción, cobró nuevos bríos la organización del Requeté con una
visión clara de sus acciones futuras, acelerando de forma definitiva su
preparación ya entrado el año 1935. Durante este año José Luis Zamanillo,
designado Delegado Nacional del Requeté en septiembre del año anterior, visitó
Valencia y diversas comarcas del reino en diferentes ocasiones, comprobando los
progresos que hacía la formación. Le acompañó siempre José María Torrent
Ródenas, entonces secretario general del Requeté para pasar después a
desempeñar la Delegación Regional. Torrent fue, con diferencia, quien más
trabajó en la organización del Requeté, visitando numerosas poblaciones del
reino, impartiendo instrucciones, animando a todos, estudiando los pasos a dar,
disponiéndolo todo para alcanzar el éxito. No estuvo solo, por supuesto. En
Castellón, José Gómez Aznar, capitán de Infantería, destacaba al frente del
Requeté de la provincia, y en Alicante hacía lo propio Victoriano Ximénez de
Couder. Los dos serían asesinados. En Valencia, el jefe militar del Requeté era
el comandante Lorenzo Díaz-Prieto, que había dejado el Ejército a raíz de la
ley Azaña.
La campaña de organización y propaganda
iniciada a mediados de enero de 1935, se reviste, a partir del verano, de la
preferencia que reclama la estructuración del Requeté, y en las crónicas de sus
viajes a los que hemos aludido, Torrent dibuja la urdimbre de una formación que
crece día tras día. En sus escritos faltan, naturalmente, los detalles
reservados, aun dejando constancia del entusiasmo de una juventud «ansiosa de
escuchar la orden de luchar y morir por la salvación de la Patria», a la que
califica, sin disimulo, de «buena, maravillosa madera para moldear perfectos
soldados». Los requetés reciben instrucción militar en los Círculos y
aprovechan las excursiones para completarla en orden abierto en parajes poco
frecuentados. La carencia de armas es el principal problema, común en las tres
provincias. Bastará citar un par de ejemplos para tener una idea de la
situación. En Segorbe, los cincuenta y siete requetés alistados para participar
en el primer envite sólo poseían tres pistolas. Una de ellas, del 6,35, es la
que utilizaban para hacer prácticas de tiro. En Onteniente, «la mayor parte de
los jóvenes disponíamos de armamento tan escaso, deficiente y pintoresco, que
llamarlo armamento resultaba eufemismo: algunos pistolones de la guerra de
Cuba, que en todo caso intimidaría al enemigo».3 Esta realidad
imponía llegar a un acuerdo con los militares de la UME, con quienes ya se
estaba en contacto, a fin de que pudiera
hacerse realidad la predicción que hemos conocido más arriba. Estas relaciones
se mantenían regularmente, y buena prueba de ello es que Juan Vanaclocha
Silvestre, jefe de Carlet, viajó en diversas ocasiones a Zaragoza por encargo
del comandante Barba, trasladando documentos y dinero entre ambas guarniciones.
En Castellón, a principios de 1936, la organización contaba con cinco Tercios,
con unos tres mil setecientos requetés.4 No conocemos el número de
estas unidades en Alicante y Valencia, aunque de acuerdo con el contingente
ofrecido —ahora lo veremos— puede hablarse de unos seis o siete. Sólo conocemos
la denominación de dos: Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados y Tercio
de San José. Conviene recordar que Manuel Fal Conde confiaba en que el Reino de
Valencia aportaría una fuerza de unos treinta mil combatientes.5
Tan importante como la preparación
militar era la preparación de los espíritus, cultivando la predisposición a la
entrega personal. Esto obliga a convertir las grandes ideas en mensajes
directos y sencillos, que llegan al corazón. Torrent lo entiende perfectamente
cuando señala que «En la hora presente, llena de presagios, de titubeos y
cobardías, vuelve a ser el Requeté el norte adonde se dirigen las miradas,
llenas de angustia, de los buenos españoles. El Requeté actual […] es la suma
de los hombres muy hombres —católicos y tradicionalistas, por supuesto—, con
voluntad firme, clara y decidida, de dar la batalla a la revolución. Eso, en
pocas palabras, es el Requeté.»6 Y un joven requeté, José Guasp, que
sería asesinado en El Saler, junto a su padre, el 3 de octubre de 1936, alerta
a la juventud carlista con singular vehemencia: «¡Nuestra hora está cerca!
¡Cada uno en el puesto que se le ha asignado, que es el del honor!
¡Cada cual a cumplir con su deber! ¡Que nadie vacile! ¡Que nadie deserte!
¡Fijos los ojos en Dios y el corazón en la Patria! ¡A luchar sin temor! ¡Por
Dios, la Patria y el Rey, démoslo todo! ¡Juventudes! ¡Alerta! ¡Nuestra hora se
acerca!»7
Desde
hacía tiempo el Ejército no ocultaba tampoco su preocupación por el curso de
los acontecimientos. Fruto de esa inquietud fue la creación de la UME, de la
que era principal impulsor el comandante Bartolomé Barba, trasladado a Valencia
desde Canarias a finales de mayo de 1936. La Junta de la UME en Valencia la
formaban José Cabellos Díaz, teniente coronel de Ingenieros, José Granados,
teniente coronel de Caballería, Juan Cañada, comandante de Infantería, Ignacio
Gomá, comandante de Artillería (sustituido luego por el teniente José Mestre),
Enrique Tío, capitán de la Guardia Civil y Pascual Latorre, capitán de
Ingenieros. Todos eran conscientes de que sin el apoyo y participación directa
de las organizaciones civiles, el movimiento no prosperaría. De ahí que en el
mes de julio se convocó una reunión en El Saler, a la que asistieron Mariano
Puigdollers, jefe regional de la Comunión Tradicionalista, Ignacio Despujols,
representando a Renovación Española y Manuel Attard a la DRV. En esta ocasión,
la Comunión ofreció la incorporación inicial de cinco mil requetés de la
provincia de Valencia.
La
organización del golpe no fue precisamente un modelo de discreción. Se hizo
tanto ruido, que hubiera sido un milagro que pasaran desapercibidas sus expectativas.
Y eso no fue todo. El general Goded, al que se invitó a encabezarlo en
Valencia, rechazó la proposición porque le pareció de poco relieve para su
categoría personal, prefiriendo ir a Barcelona. En su lugar viajó a Valencia el
general Manuel González Carrasco, sin preparación, ni contactos previos, ni
instrucciones. Llegó a la capital el 16 de julio, cuando ya habían detenido a
dos dirigentes de la UME, y otros lo serían en días sucesivos, con lo que la
acción quedaba abortada sin remedio. En Valencia «destacan todos los errores y
debilidades de los planes militares mal estudiados, su infantilidad, su
simplismo, la inexistencia de un estudio completo, la falta de previsión y la
incompetencia de algunos mandos […]. Con total desconocimiento de la realidad
fijan más la atención en la Derecha Regional Valenciana que en los requetés, y
[…] depositan toda su confianza en mandos indecisos, creyendo que la sola
presencia de los uniformes en la calle los bastará para imponerse.»8
González Carrasco anduvo titubeante en manos de dirigentes de la DRV y no se
decidió a intentar enderezar la tortuosa línea del golpe militar que, a decir
verdad, parecía muerto antes de nacer. La suerte del alzamiento descansaba en
el rumbo que emprendiera en Valencia. Si aquí fracasaba, arrastraría en su
caída a las guarniciones de Castellón y Alicante, bastante más escasas, dado
que éstas condicionaban sus acciones a las que llevara a cabo la guarnición de
la capital valenciana. El fiasco inicial propició indefectiblemente la ruina de
todo el plan, dejando a las organizaciones civiles inermes frente a los
revolucionarios. Para que nada faltara en este descompuesto panorama, el día 18
el presidente de la DRV, Luis Lucia, remite un telegrama al ministro de la
Gobernación, para por encima de todas diferencias políticas ponerse al
lado de las autoridades republicanas. Su texto es tan incongruente, tan
deprimente, que durante algún tiempo sus correligionarios lo consideraron
apócrifo y obra de los dirigentes republicanos para sembrar la confusión en las
filas de los alzados en armas.
José
María Torrent resolvió instalar su centro de mando en el Patronato de la
Juventud Obrera, institución privada que tenía su sede en la calle Landerer,
con la que los carlistas mantenían cordilísimas relaciones. Muy cerca estaba el
Círculo de las Juventudes (ambos en el casco antiguo), en el que montaba la
guardia José María Herrero, delegado regional, a fin de atender las demandas
que llegaran y proporcionar las orientaciones adecuadas a cada caso. Los
primeros requetés ingresaron en el Patronato la tarde del día 16, al mando de
Antonio Paula Morandeira, que recibió orden de salir el 18, con su sección del
Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados, para apoyar al piquete militar
que debía proclamar el estado de guerra a las doce de la mañana. Hecho que,
como es bien sabido, no se produjo, ya que el general Martínez Monje, nombrado
después de las elecciones de febrero jefe de la 3ª División Orgánica, persistía
en parapetarse al cobijo de una posición ambigua, hasta que se decantó por
prestar sus servicios a la República. Ese mismo día 18 acudieron los requetés a
los puntos que tenían asignados, mientras otros grupos, de unos veinte hombres
cada uno, iniciaron servicios de vigilancia y custodia de templos y otros
edificios de carácter religioso. En la provincia, al igual que en Castellón y
Alicante, los requetés estaban llamados a concentrarse en los Círculos,
aguardando las órdenes que se cursarían de acuerdo con el dasarrollo de los
acontecimientos, y que comportaría como primer paso, la recepción de las armas
necesarias. Simultáneamente, los requetés Juan Bautista Seguer Aliaga, Juan
Pérez Martínez y Francisco Berenguer González asumían su misión de enlaces
entre el Requeté y los mandos militares comprometidos. En Castellón «Al
abarrotado Círculo Tradicionalista […] se presentan efectivos de la Guardia
Civil con la orden de evacuar el edificio y proceder a su clausura.»9
La suerte está echada.
El
día 21, convencido Torrent del fracaso del alzamiento, ordena desalojar el
Patronato y que se disuelvan todos los retenes y grupos, dejando en libertad a
los requetés de ingresar o no en el Cuartel de Caballería, único reducto que
ofrecía alguna garantía, al que desde el primer momento se habían incorporado
ya algunas secciones. Al día siguiente es asesinado en Benaguacil Bautista
Sanchis Ferrando, delegado comarcal de la Juventud y hombre de grandes
cualidades, que gozaba de la plena confianza de los jóvenes carlistas. Sus
asesinos arrojaron una bomba a través de la ventana de la alcoba donde dormía.
Milagrosamente, su esposa y su hija, de apenas dos meses, resultaron ilesas.
Era el principio de la avalancha revolucionaria que se llevaría por delante
tantas vidas, en una persecución tenaz, inmisericorde y desenfrenada. En el
Cuartel de Caballería la situación empeoraba a ojos vista. Una oficialidad
enfrentada y discrepante, y una incomprensible falta de decisión de los
conspiradores de la UME, sentenciaron el resultado. Los requetés vagaban por el
recinto militar sin recibir órdenes y sin que les facilitaran armas. Viendo el
negativo cariz de la situación, erosionada por un deterioro imparable, Torrent
reunió a los requetés para participarles su diagnóstico, aconsejándoles que
abandonaran el cuartel y trataran de salvar sus vidas, que a partir de ese
momento corrían serio peligro. Él mismo, acompañado de Enrique y Rafael Ochando
Agramunt, Jesús Esteve Ramírez, Arturo Fosar Benlloch, Gonzalo Casanova Gil,
Juan Monrabal Mateu y el falangista de Cullera Santiago Santaúrsula, emprenden
el camino en busca de la zona nacional el 31 de julio. El 2 de agosto los
milicianos asaltan el Cuartel de Caballería, resultando apresados los requetés
del Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados Manuel Ferrer Molina, de 20
años, Jaime Pascual Ibáñez, de 21, y José Doménech Muñoz, de 19, los tres de
Masarrochos, que serían ejecutados el 12 de septiembre en Paterna, mientras
besaban sus escapularios, tras un simulacro de juicio.
Los
carlistas, como los militantes de la derecha y los católicos sin adscripción
política, quedan en manos de los frentepopulistas, que se afanan en exterminar
a quienes obstaculizan sus proyectos. Más de un millar de carlistas son
asesinados en la vorágine de una espiral de violencia de dimensiones
inconcebibles.10 En torno a unos doscientos ocupaban puestos de
responsabilidad en alguna de las organizaciones carlistas, o los habían
desempeñado en esos años. Una sangría que se haría notar posteriormente,
incrementada por los efectos multiplicadores al tratarse de un segmento joven
por una parte, y cercenar, de otra, las expectativas de un relevo generacional,
fundamental en el Carlismo, imposibilitado por la trágica ruptura de tantas
familias. Destaco tan sólo, para no alargar excesivamente este trabajo, y a
título meramente indicativo, los nombres de los jefes locales del Requeté
asesinados: Ramón Blat Pascual, de Moncada, Manuel Corbató Vilanova, de
Villarreal, Luis López López, de Novelda, Juan Bautista Pedra Borrás, de Cálig,
Luis Rojas García, de Orihuela, y Joaquín Cotanda Aguilella, de Alcora. Merecen
ser citados también Ricardo Cortina Campos, de Benicarló y Bernardo Fuertes
Montañana, de Alcira, porque con 15 años fueron los más jóvenes requetés
asesinados. Incontables carlistas son encarcelados, corriendo variada suerte.
Algunos, como Antonio Paula Morandeira, permanecen en la cárcel durante toda la
guerra, y sólo disfrutan de libertad con la llegada de la paz. El historial de
Antonio Paula es particularmente llamativo. Peregrina por tres establecimientos
carcelarios: Cárcel Modelo, Convento de Santa Clara y San Miguel de los Reyes,
para acabar en un Batallón de Fortificaciones. No es factible incluir aquí la
nómina de cuantos ofrendaron su vida por sus ideales. Séame permitido, al
menos, relatar algunos casos que ilustren la persecución sufrida y el enorme
tributo del Carlismo valenciano.
Torrent
y su grupo fueron descubiertos e interceptados en las proximidades de Gátova, y
tiroteados. Sólo Rafael Ochando y Jesús Esteve consiguen burlar a sus
perseguidores y proseguir su odisea. Enrique Ochando es alcanzado en un ojo, y
más tarde le vacían el otro. Cuando se sintió morir comenzó a cantar el Oriamendi.
Con el himno carlista en los labios murió decapitado de un hachazo. Gonzalo
Casanova, que sufría una herida, fue atendido de la misma, y después asesinado.
Los cuatro restantes fueron fusilados, dándoles tiempo a los requetés a cubrir
sus cabezas con la boina roja que llevaban entre sus ropas. El deseo de
traspasar las líneas para participar en la lucha estuvo en la mente de todos
los requetés. Incluso de quien, como Vicente Febrer Roig, bien podía decirse
que había cumplido su deber con creces. Nacido en Benicarló, se trasladó muy
joven a Gandía, donde contrajo matrimonio. En 1936, con 30 años, era padre de
cinco hijos. Lo detuvieron en julio, internándolo en las Escuelas Pías
convertidas en prisión. Después lo trasladaron a San Miguel de los Reyes donde
lo retuvieron en torno a un año. Al recobrar la libertad sólo pensaba en la
forma de alcanzar la zona nacional. Desde Gandía era punto menos que imposible.
Así que, pretextando una enfermedad de su madre, consiguió que le autorizaran a
viajar a Benicarló, donde sus familiares lo escondieron en espera de la ocasión
que deseaba. Fue el Ejército el que, al llegar al Mediterráneo por Vinaroz,
resolvió el problema. Se presentó inmediatamente, ingresando en el Tercio de
Santiago, culminando la campaña en sus filas.
No
todos lo tuvieron tan fácil. En realidad, el caso narrado constituye una feliz
excepción. Y si no, veamos lo sucedido ante la atónita mirada de los requetés
del Tercio de Navarra, que ocupan posiciones sobre el Guadiana, cuando se ve
salir de las posiciones rojas a un hombre que, a la carrera, se mete en el río
[…] y se lanza ladera arriba hacia nosotros. Los rojos disparan contra él […] a
poco más de cien metros de nosotros, cae, se levanta renqueante y sigue su
marcha […] Viene herido de un tiro en el hombro y una fuerte contusión en la
rodilla derecha […] llora y grita […] se quita la boina negra y, arrancándole
el forro, saca de allí y orgulloso nos muestra la ordenanza del Requeté, en
cuya primera página están su filiación y fotografía, que lo acreditan como perteneciente
al Requeté de Valencia. […] cubierto con una boina roja que se quita a cada
momento para mirarla y besarla, es evacuado al hospital. En la camilla en que
le bajan hacia la ambulancia va cantando canciones carlistas en valenciano y en
castellano.11 El protagonista de este emotivo episodio que el
texto transcrito no revela, es Vicente Navarro Navarro, joven carlista de
Benisanó, que, una vez sanado de sus heridas, se incorpora al Tercio, hasta el
final de la contienda.
Muchos
fracasaron en su intento, pagándolo con la vida. Entre otros, José y Vicente
Bosch Vela, de Alcalá de Xivert, Ernesto Añó Clerier y Antonio Villalba Rosell,
de Guadasuar. Salvador Ferrer Donat, de Onteniente, uno de los jefes del
Requeté, destinado a una unidad republicana en Cabeza de Buey, pese a estar
vigilado estrechamente también quiso cruzar las líneas. Al percatarse de sus
intenciones, los mandos de la unidad ordenaron su fusilamiento ante la fuerza
armada, probablemente para que sirviera de escarmiento. Tenía 23 años. Joaquín
Navarro Musoles, de Burriana, sí tuvo éxito. El 7 de septiembre de 1937, la
102ª Brigada Mixta, a la que pertenecía, se encontraba en el sector de Mediana
(Zaragoza). Estando de centinela, logró pasarse. «Lo que le empujó más allá de
la trinchera, a tierra de nadie, fue el recuerdo de sus dos hermanos,
asesinados por los frentepopulistas.»12 En efecto, a su hermano José
lo asesinaron el 31 de agosto de 1936, en Burriana. A Antonio lo mataron en
Cabanes, el 14 de septiembre del mismo año. Y eso era lo que él podía esperar.
Como le sucedió a Carlos Casaña Doménech, de Masarrochos, que cuando los mandos
republicanos conocieron su militancia carlista fue acribillado a tiros en la
misma trinchera, en la provincia de Teruel.
Carlistas
del Reino de Valencia combatieron en distintos Tercios. Al menos en los de
Nuestra Señora del Pilar, Cristo Rey, Nuestra Señora de la Merced. Nuestra
Señora de Begoña, Virgen de los Reyes, Lácar, Abárzuza, Santiago, Navarra,
Nuestra Señora de Montserrat, San Miguel y El Alcázar. Sí, en el Tercio de El
Alcázar también, aunque cuando se constata el origen de sus componentes se
citan hasta veinte provincias, omitiendo las del Reino de Valencia.13
La aportación valenciana sería menor en razón de las circunstancias y de las
dificultades, a menudo insuperables, para pasar de una a otra zona. Y también
—y no es nada insignificante— porque el nefasto y mal llamado Decreto de
Unificación se cruzó en el destino de muchos requetés, a los que se negó la
oportunidad de combatir en unidades propias. Luis Ahuir Extenguin, que había
presidido la AET de Valencia, fue uno de los fundadores del Tercio de El
Alcázar, muriendo en combate con la graduación de sargento. Y José Climent
Brisach, de Almazora, también murió en combate, dándose la circunstancia de que
a su hermano Francisco, seminarista —y carlista—, lo asesinaron el 28 de agosto
de 1936.
Por
eso, cuando se habla—y escribe— de los carlistas valencianos hay que hacerlo,
cuanto menos, con el máximo respeto. Porque se cuentan entre los que más
sufrieron, y, tal vez, entre los que menos reconocimientos han recibido.
Ciertamente, la mayoría no tuvo la menor posibilidad de que sus nombres
aparezcan asociados a las grandes y pequeñas hazañas bélicas. Tampoco pudieron
optar a las condecoraciones que subrayan el valor y la entrega. No traicionemos
su memoria consintiendo que sus sueños murieran con ellos en las tapias de los
cementerios, en las cunetas de mil caminos anónimos, en las encrucijadas y
descampados, en el tenebroso ámbito de las checas. En una palabra, que no
mueran también en nuestro recuerdo y en el sano orgullo que debemos sentir por
sabernos sus herederos.
No
puedo pasar por alto uno de los hechos más estremecedores que, en cierta forma,
resume la historia del doliente pueblo carlista valenciano de estos años
aterradores, donde es fácil hallar páginas de sublime heroismo. El 29 de
septiembre de 1936 fueron asesinados en Sagunto, los nueve hermanos Mestre
Iborra, de Rafelbuñol. Vicente, José María, Onofre, Domingo y Manuel eran labradores;
Mercedes y Pilar se ocupaban de las tareas del hogar; Bautista era albañil y
Santiago, religioso capuchino. Éste bendijo a sus hermanos en la hora suprema
de la verdad. Pero no nos engañemos. Estas páginas no son la descripción de un
cortejo de dolor, muerte y desolación. Aunque hubo dolor, muerte y desolación.
Si nos detenemos aquí no habremos entendido nada. Porque, por encima de todo,
son un canto de esperanza, de fe y de amor de los carlistas que anhelaban una
España mejor, más justa, más enraizada en su historia y tradiciones, más fiel a
Cristo. Los carlistas ofrendaron sus vidas confiados en la promesa del Señor: A
todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré
delante de mi Padre, que está en los cielos.
1. «Visita policiaca», El Tradicionalista,
n. 658, 2.4.36, p.82
2. El Socialista. Citado por Manuel
Ramírez, España al desnudo (1031-2007), Encuentro, Madrid, 2008, p. 55
3. Gonzalo Gironés Pla, Historia de un
español. Un testigo de los mártires, edición de Gonzalo Gironés Guillem, Onteniente, 1997, p. 77
4. Cristóbal
Castán Ferrer, «Una aproximación al Carlismo del Maestrazgo durante la II República
(1931-1936)», Boletín del Centro de Estudios del Maestrazgo, n. 78, julio-dcbre. 2007, pp. 59-89
5. Jaime
del Burgo, Conspiración y guerra civil, Alfaguara, Madrid, 1970, p. 597
6. José
María Torrent Ródenas, «Efemérides, misión y esperanza del Requeté»,El
Tradicionalista, n. 601, 28.2.35, p.
3
7. José
Guasp Vilanova, «¡Juventudes! ¡Se acerca la hora!», El Tradicionalista,
n. 608, 18.4.35, p. 3
8. Melchor
Ferrer, Historia del Tradicionalismo Español, ECESA, Sevilla, t. XXX
(I), p. 214
9. Cristóbal Castán, artículo citado.
10. En
mi libro Mártires carlistas del Reino de Valencia 1936-1939 cifro en 971
los carlistas asesinados, y fuera del texto
menciono a otros 10, asesinados en Cataluña. He seguido trabajando en este
campo, y con la inapreciable colaboración
de mi entrañable amigo Cristóbal Castán, he podido localizar a otros 27.
11. Emilio
Herrera Alonso, Los mil días del Tercio Navarra, Editora Nacional,
Madrid, 1974, p. 237 y s.
12. Pedro
Corral Corral, Desertores, DeBolsillo, Barcelona, 2007, p. 250
13. Julio
Aróstegui, Los combatientes carlistas en la Guerra Civil española 1936-1939,
Aportes XIX, Madrid, 1991, t. II, p. 286
1 comentario:
Buenos días.
¿Qué tal está Ud?.
Deseo agradecer el excelente artículo de D. Luis Pérez Domingo: El Carlismo valenciano y el 18 de julio.
Gracias a él, he podido localizar a mi tío Arturo Fosar Benlloch.
Deseo que tengan todos felices fiestas y Año Nuevo. Que el Amor venga sobre todos.
Muy atentamente,
Federico Navarro Fosar
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