NO PODEMOS MIRAR HACIA OTRO LADO
En vísperas de una serie de actos anunciados por el
llamado Partido Carlista, ante el cuarenta aniversario de aquella desafortunada
jornada, “Reino de Valencia”, publicación de adscripción política bien patente,
no puede guardar silencio, por razones que conciernen al honor y a los
intereses de la Causa.
El Carlismo, legítimo heredero del realismo de
principios del XIX y de cuantas vivencias y reivindicaciones históricas habían
conformado siempre la Legitimidad española, esto es la defensa de los
principios del Derecho Público Cristiano que sintetizó en la divisa de Dios,
Patria, Fueros y Rey; libró cuatro guerras para la salvaguarda de estos valores
indeclinables, ofrendando en el altar de su Ideario, a lo largo de 106 años
(1833 – 1939), una innumerable legión de héroes que, bien en los campos de
batalla, o en el sacrificio de una lucha política entremezclada de represalias
gubernamentales, cárceles,
confinamientos y destierros, entregaron vidas y haciendas.
VENCIDOS ENTRE LOS VENCEDORES
Concluida la última guerra civil, que sólo para el
Carlismo, a nivel de grupo o movimiento político, pudo ser considerada una
Cruzada, la Comunión Tradicionalista vivió dieciocho años de enfrentamiento
político con el Régimen del general Franco, porque los aires neofascistas del
Sistema, con una Falange que obtuvo amplias parcelas de Poder, no podían
avenirse con los principios sustentados por el Carlismo que, exceptuando unas
pocas bien que relevantes personalidades, mantuvo sus bases militantes junto a
Don Javier de Borbón Parma (Regente
hasta 1952, Rey a partir de dicha fecha) y su Jefe Delegado don Manuel J. Fal Conde.
Hoy, cuando vivimos días de claudicaciones y
desmemoria histórica, solo nosotros conservamos, en nuestros corazones, el amor
y la veneración por aquel Príncipe, único entre todos los de su tiempo, que
alzó Bandera y arriesgó su vida en lucha irreconciliable con el Comunismo y el
Nazismo; ordenando la movilización de las huestes carlistas el 18 de julio de
1936 y organizando un maquis blanco en la Francia ocupada por los nazis, en los
días aciagos de la segunda Guerra Mundial. Legítimo heredero de san Luis IX, de
san Fernando III y de Jaime I, él vino a representar, para cuanto quedaba en
Europa de católico y legitimista, la esperanza de una restauración de la
antigua Cristiandad; nada tiene, pues, de particular que gozara de la plena
confianza de Pío XII, el último
Pontífice que pudo compartir, sin reservas, los principios por los que acababan
de sacrificar sus vidas tantos miles de requetés.
LA ETAPA DEL INTERVENCIONISMO
A partir de 1957, visto que el franquismo iba para
largo y que el Carlismo empezaba a acusar un inevitable cansancio tras dos
décadas de lucha tan desigual, abriéndose, por otra parte nuevos horizontes
políticos tras la derrota de las potencias del Eje en 1945, los dirigentes de
la Comunión idearon una nueva táctica de acercamiento al Régimen, tratando de capitalizar,
de alguna forma, la decisiva aportación a la victoria de 1939, frente a la
República y el Frente Popular, y dispuestos, también, a jugar la baza de la
sucesión del general, aprovechando, para ello, las posibilidades que, al menos
en teoría, ofrecía la normativa oficial vigente en aquel entonces.
Don Javier,
tan gallardo y valiente a la hora de arrostrar toda clase de peligros como
desasido de ambiciones personales, se dejó llevar por el criterio de sus
consejeros; sus hijos don Carlos Hugo,
doña María Teresa, doña Cecilia y doña María de las Nieves aceptaron ilusionados aquel cambio de tercio y,
finalmente, un político tan habilidoso y perseverante como don José Mª Valiente Soriano venía a
sustituir a don Manuel Fal Conde en
la Jefatura Delegada. Don Manuel, leal, caballeroso y discreto como siempre se
apartaba de sus funciones, con la satisfacción de aquella ardua labor
perfectamente cumplida, a lo largo de tantos años (desde los días de don Alfonso Carlos), y a costa de los
mayores sacrificios.
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La Familia Real Carlista en los tiempos en que formaban un formidable equipo político. |
Todavía somos muchos los carlistas que recordamos el
afán proselitista con que don Carlos
Hugo y sus hermanas menores se aplicaban a consolidar y hacer observar las
nuevas orientaciones políticas; el primogénito pasó a ser “el Príncipe del 18
de julio” y doña María Teresa
(erigida en ángel tutelar de su hermano, para bien y para mal) no dejaba de
afirmar ante los más reticentes que debían aceptarlas, sin reservas mentales de
clase alguna, porque aquella era la voluntad de su padre, el Rey, intentando
poner a los más renuentes ante la disyuntiva de mantener su animadversión al
Sistema (por los muchos agravios que el Carlismo llevaba recibidos del mismo) o
desobedecer a don Javier.
A la postre aquella nueva política que fue
popularmente tildada de “colaboracionista” acabó por imponerse y, a lo largo de
doce años, si bien la Comunión no recibió nunca, por parte de Franco, agasajo alguno que pudiese originar
una razonable esperanza de cara a la futura sucesión, pudo desarrollar, al
menos, una actividad a plena luz del día que, aún sin representar una libertad
plena, le permitió desplegar una amplia visualización de su presencia en la
política española así como dar a conocer su historia, su ideario y sus planes
de futuro. Fueron años de continuos desplazamientos del Príncipe y sus hermanas
a lo largo y a lo ancho de la geografía española, de los “Montejurras”
realmente multitudinarios de los sesenta, de los mítines que levantaban los
mayores entusiasmos entre las militancias de base, de las doctas e
intencionadas conferencias de don José
Mª Valiente, Raimundo de Miguel,
y otros miembros de la intelectualidad carlista en círculos y ateneos, los años
en que Rafael Gambra , Álvaro d’Ors y Francisco Elías de Tejada actualizaban y daban a conocer, en obras
de profundo calado académico, el pensamiento de Vázquez de Mella; los años, en fin, que algunos dieron en llamar
“la primavera del Carlismo.”
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Cuando había esperanza de suceder a Franco a título de Rey |
Resulta innegable que todo ello reportó indudables
logros, Franco lo consentía para poder afirmar que la Comunión Tradicionalista
estaba con él y era una “familia” más de las que integraban el “Movimiento”;
aunque nunca comprometiera una sola palabra de futuro. En el fondo éste era el
pacto: una razonable libertad para el Carlismo a fin de que pudiera desarrollar
una actividad política individualizada y separada de la del resto del Régimen,
(lo cual rozaba la ilegalidad si no se hallaba claramente dentro de ella), a
cambio de no atacar el Sistema ni condicionar realmente su futuro. En
definitiva pan para hoy y hambre para mañana, aunque debemos reconocer que, de
haber sido más hábiles nuestros dirigentes supremos (y nos referimos a los
políticos), de aquel maná que llovió, pese a algunas intermitencias y
disgustos, a lo largo de doce años, bien se pudo haber sacado algún provecho en
el futuro. La desatentada actitud de don Carlos
Hugo, sus hermanas menores y la de quienes, a partir de 1967, formaron su
entorno político más inmediato vinieron a impedirlo, pero de ello hemos de
ocuparnos en la segunda parte de este editorial.
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DE LA COLABORACIÓN A LA OPOSICIÓN:
EL CAMBIO DE BANDO
Todo indicaba que, tras aquella primavera más o menos
esperanzadora, vendrían los estragos de un tórrido verano y de un gélido
invierno. Cuando en julio de 1969, tras haberse producido ya la expulsión de
nuestra Familia Real en diciembre del año anterior, Franco, mediante una
votación abierta, en su presencia, impuso a las Cortes la aprobación de la Ley
que designaba a don Juan Carlos de
Borbón como heredero a la Jefatura del Estado, a título de Rey, el panorama
de la política española dio un vuelco de 180º y el Carlismo, que contra toda
lógica no había hecho previsiones para aquel momento, entró en una fase de
descontrol y desconcierto.
Don Carlos Hugo,
que en realidad ya tenía asumida la dirección del Carlismo con anterioridad,
contando con el apoyo incondicional de sus hermanas menores y de quienes
entonces constituían su Secretaría política, inicia una línea ideológica y de
actuación totalmente inesperada que, sustancialmente, consiste en una deriva
hacia la extrema izquierda; los enemigos de ayer han de convertirse en los
aliados de hoy y de una adscripción, mejor o peor matizada, a un amplio Frente
de consenso “Nacional” se pretende pasar a un nuevo Frente Popular que el
Príncipe carlista sueña con dirigir y utilizar como polea para alcanzar la meta
de la Corona, de una Regencia, de la Presidencia del Gobierno o de la Tercera
República.
Inconcebible pero cierto, es la política del absurdo
que exige reinterpretar y reescribir la historia del Carlismo a base de juegos
de palabras, de descontextualizar unos pocos sucesos que serán interpretados al
margen de la lógica y del más elemental sentido común, es, en definitiva, el
uso indiscriminado de la falacia, el descaro de presentar una interpretación
del Carlismo basada solamente en la imaginación y el deseo de quienes han de
encargarse de esta labor. A ello le llamarán “la clarificación ideológica del
Carlismo” y el hecho de carecer de las más elementales fuentes primarias no
impedirá a estos “historiadores” presentar al Carlismo, desde sus mismos
orígenes hasta el día de la fecha, como un movimiento socialista, anarquizante,
ajeno a todo sentimiento religioso, del que solamente sobrevivirán (porque
claro, algún punto de apoyo hay que conservar para la nueva dialéctica) un
cierto sentimiento monárquico que se moverá entre la Corona y el liderazgo, así
como un foralismo nominal que poca relación guarda con el tradicionalista,
deslizándose más bien hacía el federalismo pimargalliano o el Cantonalismo de
1873.
DON CARLOS HUGO NO ASUME LAS CLAVES
DE LA LEGITIMIDAD
Conforme era previsible, entre el desasosiego y el
retraimiento de una parte notable de la militancia, se produce una reacción del
verdadero Carlismo, el tradicionalista, que tras un largo período de cinco años
de enfrentamientos dialécticos y doctrinales, gestiones fallidas y desazón en
los sentimientos, culmina en las cartas que un grupo de hombres bien conocidos
en el seno de la Comunión dirigen a don Javier primero y a don Carlos Hugo
después; las de abril de 1975 y de 23 de mayo y 10 de julio del mismo año; en
las destinadas al Príncipe se le exigía, habida cuenta la abdicación de don
Javier, que, antes de ser reconocido como nuevo Rey, jurase lealtad a los
principios básicos de la Legitimidad española, resumidos en el Decreto de don Alfonso Carlos de 23 de enero de 1936,
ratificados, bajo juramento, por don Javier ante el féretro del Rey extinto y,
nuevamente, en Barcelona, el 30 de mayo de 1952, al aceptar, solemnemente, ante
el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista, la pesada carga de la Corona
en el exilio. Tales principios, cual es bien sabido, eran los siguientes:
confesionalidad católica, constitución orgánica de la sociedad y de sus organismos representativos,
federación regional, monarquía tradicional y tradición política española.
No se obtuvo respuesta alguna a ninguna de dichas
comunicaciones, las cuales habían sido remitidas en forma fehaciente, obrando
en poder de quienes las suscribieron los oportunos acuses de recibo. A partir
de aquel momento tanto el Carlismo socialista autogestionario (que así lo
denominaban sus promotores, que declaraban ver en la Yugoslavia comunista de
Tito el modelo más próximo a lo que ellos propugnaban), como el Carlismo
tradicionalista habían cruzado ya el Rubicón y todo intento de avenencia
devenía imposible pues, como se manifestará en una nota hecha pública por la
Comunión el día 30 de mayo de 1976, “Con los carlistas que permanecen fieles a
las personas, aunque olviden que los principios son anteriores y preferentes
podemos llegar a una comprensión. Lo que no cabe es que el nombre del carlismo
pretenda cobijar doctrinas, actuaciones y finalidades contrarias a la Patria y
a la Religión.”
Los posicionamientos del Partido Carlista se
radicalizan cada vez más, sucediéndose, de continuo, los ejemplos; así en
diciembre de 1975, en una hoja ciclostilada que edita para el País vasco,
denominada Denok Batean (“¡Todos a una!”), don Carlos Hugo responde a una de las preguntas que se le formulan en
la siguiente forma: “Usted ¿no es, también, pretendiente al Trono español? Ese
‘usted también’ no tiene ningún sentido. No se trata, para mí, de pretender, de
restaurar, de heredar. Juan Carlos
quiere suceder a Franco. Nosotros queremos hacer la revolución’”.
DON SIXTO RESCATA LA BANDERA DEL
FANGO
Como era de esperar las posiciones contrapuestas se
trasladan al seno de la propia Familia Real, requerido formalmente para acatar
la nueva línea ideológica del Partido el Infante don Sixto responde, dignamente, en una carta fechada el 22 de
septiembre de 1975, en la que manifiesta su lealtad a la Causa tradicionalista,
al tiempo que habla de la abdicación forzada de don Javier, destacando los grandes sacrificios del mismo en pro del
Carlismo y su inequívoca lealtad a la doctrina tradicionalista.
Por aquellos días don Javier es un venerable anciano
al que los años, los padecimientos de toda una vida y las
presiones a que se halla sometido por cuatro de sus seis hijos, han convertido
en un mero espectador de cuanto ocurre a su alrededor. La aureola de prestigio,
valor y abnegación que le rodea le conservan el amor de los carlistas tradicionalistas que
comprenden perfectamente la difícil situación en que se halla, políticamente
secuestrado por sus cuatro vástagos “socialistas autogestionarios”. Don Sixto
sabe que cuenta con el apoyo de su progenitor, silente pero indubitado, cual
los hechos posteriores se encargarán de demostrar. Dª Magdalena, la Reina, sufre y calla, ya llegará el momento en que
hablará elocuentemente para poner las cosas en su sitio.
ANTE EL MONTEJURRA DEL CHOQUE
Este es el “climax” con el que se llega al Montejurra
76. Unos días antes (2 de mayo) el Infante firma un manifiesto en Irache que El
Pensamiento Navarro (único periódico que el Carlismo pudo salvar del expolio
subsiguiente al malhadado “Decreto de Unificación”, en los días ya lejanos de
la guerra civil) reproduce el día 8, víspera del acto previsto en el monte
santo del Carlismo. El manifiesto, si bien no era el pactado inspirado por Raimundo de Miguel, se expresa en la más pura ortodoxia: La confesionalidad
católica. La constitución orgánica de la sociedad, la opinión pública no es
título de poder, pero sí de representación, por ser indispensable a toda
sociedad sana para la alta orientación de la política nacional. Defensa de los
Fueros. Proclamación del principio monárquico. Vigencia política de la
Tradición española, incompatible con el sufragio universal concebido como
fuente de legitimidad política. Doctrina social de la Iglesia, “sin temor a la
quiebra de determinados intereses cuya legitimidad moral resulta discutible.”
Del Montejurra 76 se ha escrito mucho y se ha hablado
más, frecuentemente con desacierto y mala fe. Nosotros hoy nos limitaremos a
constatar dos extremos: Cuáles fueron los grupos, ajenos al Carlismo, que
estuvieron en cada lado, y lo que objetivamente puede manifestarse en relación
con las dos muertes que, desgraciadamente, acaecieron allí.
Respecto al primer punto, y basándonos en las ruedas
de prensa ofrecidas por el Partido Carlista, que alardearon de ello, junto a
los autodenominados carlistas socialistas autogestionarios, hallamos los
siguientes grupos y partidos: Partido Comunista de Euskadi; Partido Socialista
Unificado de Cataluña (PSUC); maoístas del PTE; socialistas del PSOE; del PSP;
“Convergència Socialista”; Partido Comunista de España; la Federación
Socialista del País Valenciano, La Federación de Partidos Socialistas;
Movimiento Comunista; Partido Comunista Popular; Partido Socialista Popular de
Euzkadi; Organización Revolucionaria de Trabajadores; Unión Sindical Obrera;
Joven Guardia Roja; Partido del Trabajo de España, etc.
Junto a la Comunión Tradicionalista Carlista hallamos
los siguientes: Unión Nacional Española (UNE); Fuerza Nueva; Guerrilleros de
Cristo Rey; y algunos miembros conocidos del activismo neofascista
internacional.
Es de observar que en tanto los “aliados” de los
primeros guardaban una indudable congruencia con la “revolución” preconizada
por Don Carlos Hugo y sus seguidores, los de los segundos guardaban muy poca
con los postulados tradicionalistas de la Comunión. Este fue el primer error de
quienes, en representación del Carlismo ortodoxo, organizaran su presencia en
aquella desdichada jornada. Error de mayor enjundia si tenemos en cuenta que,
mientras el Partido Carlista de don Carlos Hugo no tenía la menor posibilidad
de afianzarse en el amplio abanico de la política española, la Comunión
Tradicionalista sí tenía muchas de
reagrupar a su alrededor la masa carlista, en gran parte dispersa, y jugar un
papel, modesto pero de positiva presencia, como partido parlamentario, tras una
Transición, para nosotros desafortunada pero inevitable, que ya asomaba tras la
esquina.
Como hemos
indicado no vamos a soslayar lo concerniente a las dos muertes que allí
ocurrieron y que dejaron una profunda huella en el relato de aquella
infortunada jornada, muertes que, independientemente de los objetivos e
intenciones de los unos y los otros, tanto daño hicieron a la imagen del
Carlismo y a su futuro como colectivo político, a corto y medio plazo.
En la nota de prensa hecha pública por la Comunión
Tradicionalista (30 mayo 1976) leemos lo siguiente:
“Aunque el juicio sobre los muertos ha de ser siempre
benévolo, si cabe decir que tampoco ellos eran carlistas. Aniano Jiménez Santos militaba en las filas de la HOAC (Hermandad
Obrera de Acción Católica) y sus principales preocupaciones eran obreristas. Ricardo García Pellejero (Cambio 16,
24/5) ‘un joven navarro que, según información recibida en esta revista,
militaba en el Movimiento Comunista de España, de tendencia maoísta’. Y refiere
Gaceta Ilustrada (23/5) que cuando la princesa Irene pidió a su madre permiso
para colocar una boina sobre el féretro de su hijo ‘ella se negó diciendo: no
es de mi gusto, porque no era carlista.’”
Con
todo este fue el otro gran error de quienes organizaran, por parte de la
Comunión, la presencia de la misma en el Montejurra 76, desoyendo el parecer de
reconocidos representantes de sus mismos seguidores: plantar cara a los
adversarios el mismo día y en el mismo sitio, introduciendo, junto al
planteamiento político de ineludible choque de fuerzas, una faceta paramilitar
en la que pudiesen hablar las armas. Y lo decimos pese a que, siempre según la
nota de prensa facilitada por la Comunión Tradicionalista y reiteradamente
aludida, entre los del Partido Carlista y sus aliados, hubiera también quien
portara a la vista alguna pistola, ‘según se aprecia en una foto de la Gaceta
del Norte del 11/5’; y aunque resultara imprevisible la conducta de los
seguidores de un ‘socialismo autogestionario’ que, anteriormente, habían
cometido, ya, actos violentos en los que se utilizaron armas y en los que algún
disparo, intencionado o fortuito, se había producido.
MÁRTIRES DE OTRAS CAUSAS: TAMBIÉN
REZAMOS POR ELLOS
Hoy, al igual que hace cuarenta años, la Comunión
Tradicionalista respeta la memoria de ambos jóvenes, Aniano Jiménez y Ricardo
García; cada 10 de Marzo encomienda sus almas al Señor, pues en el día
dedicado a nuestros mártires no sólo rezamos por ellos sino también por
aquellos que, en vida, fueran sus adversarios. De igual forma respetamos sus
respectivas opciones políticas, aunque obviamente no sean las nuestras, y
lamentamos de corazón un suceso que nunca debió producirse. Ahora bien, por
respeto a nuestros mártires y por estar en contra de que se manipule la
identidad de nadie, acusamos de falsarios a quienes pretendan presentar a
Aniano y a Ricardo como mártires de la Tradición, porque lo serían de sus
causas respectivas pero no, precisamente, de la Tradición.
Aquel fatídico 9 de mayo de 1976 la Comunión
Tradicionalista resultó víctima de varios factores: de una parte de la política
del absurdo seguida por el mal llamado Partido Carlista, fruto de un rencor que
no supo reencauzar la circunstancia de una batalla perdida, de una derrota que
estaba cantada de antemano y cuyas consecuencias no se habían sabido (o
querido) prever; de otra parte de su propio candor al fiarlo todo, o casi todo,
a los apoyos y las promesas de algunos de los que, presentándose como sus
aliados, puede que fuesen los primeros interesados en desprestigiar y debilitar
al Carlismo; finalmente de la interesada animadversión de muchos medios de
comunicación social, la mayoría diríamos, que, arrimándose al carro de la
segunda Restauración que apuntaba en lontananza, aprovecharon la ocasión para
que el cambio, que se veía ya próximo, les pillara en el terreno de lo
“políticamente correcto”.
Puede que, efectivamente, “los altos intereses del
Estado,” como los adjetivó el historiador Jordi
Canal (que poco tiene de carlista), deseosos de consolidar la nueva
Monarquía de Juan Carlos I, quisieran aprovechar una ocasión que se les
brindaba en bandeja de plata para intentar asestar el golpe de gracia al
Carlismo, en especial al representado por la Comunión Tradicionalista, el único
con ciertas posibilidades de futuro.
LA FAMILIA REAL ROTA
En los tiempos inmediatos posteriores los sucesos
ocurridos en el seno de nuestra Familia Real fueron sumamente lamentables, la
forma como se obtuvo de don Javier la firma de un documento favorable a la
línea del Partido Carlista resultó innoble, originando en la conciencia de los
verdaderos carlistas una profunda tristeza. Hasta el punto de que ello provocó
la famosa nota dada a la prensa por Dª Magdalena,
la Reina, en la que, entre otros extremos, se hacía constar:
“A última hora de la mañana, mi esposo pudo volver al
hospital adonde llegó visiblemente afectado y trastornado por el hecho de haber
sido obligado por su propio hijo Carlos
a firmar un texto difundido en su nombre, y tan contrario a sus ideas.”
Don Javier
fallecería 60 días después, el 7 de mayo de 1977. Todos sabemos que su
verdadero testamento político lleva fecha 4 de marzo del mismo año, hallándose
concebido en los términos propios del ideario católico, tradicionalista y
legitimista que había profesado a lo largo de toda su vida. Concluía con las
siguientes palabras: “Pido a Dios que el carlismo, sin desviación alguna, siga
fiel a sí mismo para el mejor servicio a España y a la Cristiandad.”
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En la calle, ante el féretro de su madre (1984). |
El 1º de septiembre de 1984 moriría también su esposa,
doña Magdalena. Su hijo Carlos Hugo
y sus hermanas menores, por expresa prohibición de su madre, no pudieron
acceder al domicilio familiar en el entierro y tuvieron que ver desfilar el
féretro en la calle de la villa de Lignières. Testigo del evento fue un niño, ¿Don
Carlos Javier?. La foto del evento fue la expresión gráfica de una ruptura
familiar dramática a raíz del enfrentamiento político, que aún perdura.
Tras el óbito de don Carlos Hugo no hubiésemos deseado tener que volver sobre las
páginas más tristes de la historia del Carlismo. Ha sido la noticia de una
pública perseverancia en el error por parte de algunos sectores residuales de
aquel “socialismo autogestionario”, que compromete además el futuro político y
dinástico de don Carlos Javier, el
primogénito de la Familia, lo que nos ha obligado a hacerlo. Las energías del
carlismo han de centrarse en las resolución de los problemas actuales de la
sociedad y en abrir caminos de futuro; no en agotarse en hurgar en heridas y
miserias que, para bien y para mal, son sólo pasado y todo lo más historia.
Para concluir sólo una recomendación: sin
carlosocialismo nunca hubiésemos hablado del Montejurra 76. Que nadie ignore la
virtualidad del viejo adagio castellano: la causa de la causa es la causa del
mal causado.